Este es el día que hizo el Señor.
¡Gocémonos y alegrémonos en él!
Este es el día al que las tinieblas no pudieron apresar.
Este es el día al que no precedió otro alguno
y ningún ocaso clausuró.
Este es el día en el que no tropieza quien camina.
Este es el día que ni el olvido pudo eclipsar
ni el paso de los siglos arrinconar.
El cual, permaneciendo siempre en el Padre,
pero retornando hoy a nosotros desde el abismo,
resplandeció con luz inmortal.
Así pues, guardémosle en el corazón,
exaltémosle con la palabra,
adorémosle en el espíritu
y glorifiquémosle en el cuerpo.
Pidamos también con oración ferviente
que no permita nos veamos encadenados
en la perdición de la muerte segunda
los que, rescatados de la tiranía de la primera muerte,
nos devolvió él a la libertad,
en virtud de la pasión de su cruz y su carne. R/. Amén
Este es el día… esta es la Luz.
«Así pues, guardémosle en el corazón,
exaltémosle con la palabra,
adorémosle en el espíritu
y glorifiquémosle en el cuerpo.»
Y oremos juntos.
Desde la perspectiva de la Resurrección
cantamos los viejos salmos de Israel;
«Junto al atril del lector brilla el cirio pascual;
su luz cae sobre las páginas del Antiguo Testamento.
Cristo ilumina la oscuridad del pasado
y da a conocer en todas partes
el plan de salvación del Amor
que tiene el hombre en sus manos desde el principio;
no le ha abandonado
y hoy le conduce a su término».
E. Löhr, Los misterios pascuales, ed. Guadarrama, Madrid 1963, pág. 230.