Sine dominico non possumus:
los mártires del África proconsular

santos-martires-de-abitinia“No podemos vivir sin celebrar el Día del Señor” esta es la expresión de los mártires de Abitinia cuya memoria hoy celebramos (12 febrero). Abitinia era una ciudad de la provincia romana del Africa proconsularis, cerca de la actual Túnez, situada, según indica san Agustín, al sudoeste de la antigua Mambressa, hoy Medjez el–Bab, a las orillas del río Medjerda.

En el 303, el emperador Diocleciano, tras años de una relativa calma, desencadenó una violenta persecución contra los cristianos ordenando que «se tenían que buscar textos sagrados: los santos Testamentos del Señor y las Escrituras divinas, para que fueran quemadas; las basílicas del Señor debían ser demolidas; además, se prohibía celebrar la liturgia y las reuniones sagradas». En Abitinia, una pequeña comunidad de 49 cristianos, contraviniendo las órdenes del emperador, se reunía semanalmente en casa de uno de ellos para celebrar la Eucaristía dominical.

 

Los nombres de los cristianos mártires de Abitinia que recoge el Martirologio son: Saturnino, presbítero, con cuatro hijos: Saturnino jr. y Félix, lectores, y María e Hilarión, aún niño; Dativo o Sanator, Félix, otro Félix, Emerito y Ampelio, lectores; Rogaciano, Quinto, Maximiano o Máximo, Telica o Tacelita, otro Rogaciano, Rogato, Januario, Casiano, Victoriano, Vicente, Ceciliano, Restituta, Prima, Eva, otro Rogaciano, Givalio, Rogato, Pomponia, Januaria, Saturnina, Martín, Clautos, Félix jr., Margarita, Mayor, Honorata, Victorino, Pelusio, Fausto, Daciano, Matrona, Cecilia, Victoria, Berectina, virgen cartaginesa, Secunda, Matrona y Januaria.

Así resume se refiere a ellos el elogio litúrgico: En Cartago, ciudad de África, conmemoración de los santos mártires de Abitinia (Tunicia), que durante la persecución bajo el emperador Diocleciano, por haberse reunido para celebrar la eucaristía dominical en contra de lo establecido por la autoridad, fueron apresados por los magistrados de la colonia y los soldados de guardia. Conducidos a Cartago e interrogados por el procónsul Anulino, a pesar de los tormentos confesaron su fe cristiana y la imposibilidad de renunciar a la celebración del sacrificio del Señor, derramando su sangre en lugares y momentos distintos (304)

 

En efecto, estos no sólo no entregan las sagradas Escrituras sino que, ante la indicación de que podrían quedar libres con tal de no reunirse en el día prefijado, responden que la reunión dominical es parte de sus propias vidas. De hecho, Félix, responde al procónsul:

“¡Un cristiano no puede existir sin celebrar los misterios del Señor y los misterios del Señor no se celebran sin la presencia de los cristianos! El cristiano vive de la celebración de la liturgia… Sábete que cuando oigas el nombre <cristiano> es uno que se reúne con otros hermanos ante el Señor, y cuando oigas hablar de <reuniones>, reconoce en ellas el nombre de <cristiano>”.

Morirán todos convirtiendo su martirio en una auténtica liturgia. En las actas encontramos expresiones como Cristo, escúchame…  Te doy gracias, oh Dios…Ten misericordia. La ofrenda de su vida –a imagen del Señor- acompaña al perdón por los verdugos de los que han sido denominados como <los mártires del domingo>: aquellos que han puesto el “día que hizo el Señor” (Sal 117,24), la Pascua semanal, la fiesta primordial de la Eucaristía, por encima de sus propias vidas (Cf. Acta SS. Saturnini, Dativi et aliorum plurimorum martyrum in Africa, 7,9,10: PL 8, 707.709-710; D. Ruiz Bueno, Actas de los mártires, BAC, Madrid 1968, 981-984).

El papa Juan Pablo II, en Dies Domini (n. 46), hablando de la Misa dominical, cita su ejemplo:

Al ser la Eucaristía el verdadero centro del domingo, se comprende por qué, desde los primeros siglos, los Pastores no han dejado de recordar a sus fieles la necesidad de participar en la asamblea litúrgica… Cuando, durante la persecución de Diocleciano, sus asambleas fueron prohibidas con gran severidad, fueron muchos los cristianos valerosos que desafiaron el edicto imperial y aceptaron la muerte con tal de no faltar a la Eucaristía dominical. Es el caso de los mártires de Abitinia, en África proconsular, que respondieron a sus acusadores: «Sin temor alguno hemos celebrado la cena del Señor, porque no se puede aplazar; es nuestra ley»; «nosotros no podemos vivir sin la cena del Señor». Y una de las mártires confesó: «Sí, he ido a la asamblea y he celebrado la cena del Señor con mis hermanos, porque soy cristiana».

En la clausura del Congreso Eucarístico Nacional Italiano de Bari el papa Benedicto XVI pronunció una homilía profundizando en la idea de que un cristiano “no puede vivir sin la Eucaristía”:

El tema escogido, «Sin el domingo no podemos vivir», nos remonta al año 304, cuando el emperador Diocleciano prohibió a los cristianos, so pena de muerte, poseer las Escrituras, reunirse el domingo para celebrar la Eucaristía y construir lugares para sus asambleas.
En Abitene, pequeña localidad en lo que hoy es Túnez, en un domingo se sorprendió a 49 cristianos que, reunidos en la casa de Octavio Félix, celebraban la Eucaristía, desafiando las prohibiciones imperiales.
Arrestados, fueron llevados a Cartago para ser interrogados por el procónsul Anulino.
En particular, fue significativa la respuesta que ofreció Emérito al procónsul, tras preguntarle por qué habían violado la orden del emperador. Le dijo:
-«Sine dominico non possumus, sin reunirnos en asamblea el domingo para celebrar la Eucaristía no podemos vivir. Nos faltarían las fuerzas para afrontar las dificultades cotidianas y no sucumbir».
Después de atroces torturas, los 49 mártires de Abitene fueron asesinados. Confirmaron así, con el derramamiento de sangre, su fe. Murieron, pero vencieron: nosotros les recordamos ahora en la gloria de Cristo resucitado.
(29 mayo 2005).

Años más tarde, Benedicto XVI, en Viena, repetía el mismo ejemplo subrayando que la palabra Dominicum significa el don eucarístico del Señor y, a la vez, el día en que ese don se celebra y donde se experimenta la presencia del Resucitado. Para los cristianos del África septentrional, como para tantos a los largo de nuestra historia, la celebración eucarística dominical no se contempla como un mero un precepto, sino como una auténtica necesidad interior. Sin el Señor, sin el Dominicum,  la misma vida carecería de fundamento y belleza:

 «Sine dominico non possumus!» Sin el don del Señor, sin el Día del Señor no podemos vivir: así respondieron en el año 304 algunos cristianos de Abitinia en la actual Túnez cuando, sorprendidos en la Celebración eucarística dominical, que estaba prohibida, fueron conducidos ante el juez y se les preguntó por qué, de Domingo, habían celebrado la función religiosa cristiana, a sabiendas que esto era castigado con la muerte. «Sine dominico non possumus». En la palabra dominico están enlazados indisolublemente dos significados, cuya unidad debemos de nuevo aprender a percibir. Se encuentra sobretodo “el don del Señor” – este don es El mismo: el Resucitado, de cuyo contacto y cercanía los cristianos tienen necesidad para ser ellos mismos. Esto, sin embargo, no es sólo un contacto espiritual, interno, subjetivo: el encuentro con el Señor se inscribe en el tiempo a través de “un día preciso”. Y de esta manera se inscribe en nuestra existencia concreta, corpórea y comunitaria, que es temporalidad. Da a nuestro tiempo, y por tanto a nuestra vida en su conjunto, un centro, un orden interior. (9 septiembre 2007).

En junio de 2011, el Papa volvía a citar a <los mártires del domingo> proponiendo -para nuestra cultura occidental hodierna, cada vez más individualista- la Eucaristía como «antídoto», que en el creyente siembra la lógica de la comunión, del servicio, del compartir, es decir, la lógica del Evangelio:

Como decían los antiguos mártires de Abitinia: «Sine Dominico non possumus», sin el «Dominicum», es decir, sin la Eucaristía dominical no podemos vivir. Pero el vacío producido por la falsa libertad puede ser también muy peligroso, y entonces la comunión con el Cuerpo de Cristo es medicina de la inteligencia y de la voluntad, para volver a encontrar el gusto de la verdad y del bien común.

Como para la pequeña comunidad norteafricana tampoco para nosotros es fácil vivir como cristianos. Pero, estamos ciertos de que el Espíritu del Señor no nos deja solos en este el mundo en el que nos encontramos, caracterizado con frecuencia por el consumismo desenfrenado, por la indiferencia religiosa, por el secularismo cerrado a la trascendencia, por la soledad de las grandes urbes. La enseñanza de la Iglesia sigue siendo válida: El domingo, día del Señor, es la ocasión propicia para sacar fuerza de Él, que es el Señor de la vida. El precepto festivo no es por tanto un simple deber impuesto desde el exterior. Participar en la celebración dominical con los hermanos, escuchar la Palabra que se contiene en las Santas Escrituras y alimentarse del Pan eucarístico es una necesidad para el cristiano, que encuentra así la energía necesaria para el camino que hay que recorrer cada día.

 «Sine dominico non possumus!». Sin el Señor y el día que Le pertenece no se realiza una vida bien lograda. El domingo, en nuestras sociedades occidentales, se ha transformado en un fin de semana, en tiempo libre. El tiempo libre, especialmente en la prisa del mundo moderno, ciertamente es una cosa bella y necesaria. Pero si el tiempo libre no tiene un centro interior, del cual proviene una orientación en su conjunto, acaba por ser tiempo vacío que n! o nos fortalece y recrea. El tiempo libre necesita de un centro –el encuentro con Aquel que es nuestro origen y nuestra meta.

(Benedicto XVI, en Viena, 9 septiembre 2007)

5 comentarios en “Sine dominico non possumus:
los mártires del África proconsular

  1. Gracias por esta preciosa memoria de lo que nos fundamenta: la EUCARISTÍA del DOMINICUM, el primer día de la semana, el día del Señor. Ojalá sepamos vivr desde esta participación dominical en la vida divina, que nos alimenta y sostiene ciertamente, sin la cual desfallecemos. Es así y que siempre sea así: «Sine dominico non possumus».

  2. Desde que en un Cursillo de Liturgia del Seminario de Madrid en febrero de 2006 nos habló D. Manuel de los mártires de Abitinia, se me quedaron en el corazón aquellos benditos cristianos que declararon: «No podemos vivir sin el Domingo».

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