No se puede comunicar la fe
viviéndola de manera aislada
o en grupos cerrados y separados,
en una especie de falsa autonomía
y de inmanentismo comunitario.
Así no se da respuesta a la sed de Dios
que nos interroga y que está presente
también
en tantas formas nuevas de religiosidad.
Por lo tanto,
si los hombres de nuestro tiempo
no encuentran «una espiritualidad que los sane,
los libere, los llene de vida y de paz,
al mismo tiempo que los convoque
a la comunión solidaria y
a la fecundidad misionera,
terminarán engañados
por propuestas que no humanizan
ni dan gloria a Dios»
Francisco, julio ’16