Retablo de San Cristóbal: Ascética y Mística

Breve explicación de este retabloimagen1

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La pintura española del estilo gótico lineal se halla representada en el Museo Nacional del Prado por este retablo prácticamente pentagonal, forma que se dio en la Corona de Castilla durante los siglos XIII y XIV, y cuya efigie titular muestra a San Cristóbal. El origen de esta tipología se situaría no tanto en el contexto de afianzamiento del arte gótico sino en el contexto, inmediatamente anterior, de la disolución del arte románico.

 

La pieza ingresó en este Museo en el año 1969 por la generosa donación del coleccionista José Luis Várez Fisa, el cual la había adquirido en el mercado de arte madrileño y, aunque se carece  de datos concretos sobre su origen, se trata indudablemente de una obra de origen castellano. En el momento de su adquisición se encontraba cubierta por un repinte del siglo XVIII que mostraba una Sagrada Familia de calidad mediocre y, que al ser levantada en 1970, dejó a la vista la obra original en buen estado de conservación y que, convenientemente restaurada en 1975, resultó un magnífico exponente del estilo gótico lineal, presentando el refinamiento lineal característico de este estilo muy relacionado con la miniatura. Este retablo es una pieza excepcional, pues sólo contamos con poco más de una veintena de ejemplares de pintura sobre tabla del gótico lineal procedente de la antigua corona de Castilla, muy dispersos y en la mayor parte de las ocasiones incompletos.

Este retablo presenta una estructura compuesta por diez tablones de disposición horizontal, afianzado a lo largo de todo su perímetro por un marco superpuesto decorado con rosetas de ocho pétalos excavadas, alternando con castillos-iglesia de siete almenas sobre fondo rojo y leones sobre fondo blanco

Iconos y retablos vita

Hay una cierta coincidencia en su forma con la de los retablos italianos del Duocento y del Trecento. Ya desde principios del siglo XIII se encuentran estructuras de este tipo en la Toscana, que, a su vez, evolucionan a partir del modelo bizantino de icono vita. En torno al año 1200 se desarrolló en el mundo bizantino este nuevo tipo de icono, caracterizado por disponer la efigie de un santo rodeada por episodios sobresalientes de su vida. Al parecer, el modelo surgió en el Mediterráneo oriental, quizás en el Monte Sinaí se halle su foco originario porque es donde se conserva el conjunto más antiguo y numeroso de estos iconos.

Este icono vita arraigó pocos años después en Italia sobre el terreno abonado de los crucifijos pintados con escenas de la Pasión, flanqueando el cuerpo de Cristo crucificado. En Italia este icono vita se desarrolla de una forma más monumental, tanto por su tamaño total como por el de cada una de las escenas, se presenta a menudo sobre una superficie pentagonal y, sobre todo, se utiliza como ornamento de altar, convirtiéndose así en un auténtico retablo. Este modelo llegó pocos años después a la Corte de Castilla como retablo, donde se constata su irrupción en la segunda mitad del siglo XIII. Resulta sorprendente el raigambre que este modelo adquirió en Castilla, siendo la Corona de Aragón la que estaba más familiarizada con el ámbito italiano y, por tanto, podría haber actuado como intermediaria, pero el modelo parece no haber tenido arraigo allí.

Del mismo modo que Italia adaptó el modelo de icono vita bizantino, ajustándolo a su tradición, Castilla adaptó el modelo de retablo vita italiano. En Castilla llama la atención el protagonismo de los retablos de tabla, pétrea o lígnea, frente a los de carácter puramente pictórico del modelo italiano y de su prototipo bizantino. También sorprende el desarrollo de marcos arquitectónicos, tallados o pintados, para albergar figuras o escenas. Tampoco la figura central, a diferencia de los italianos, abarca toda la altura del mueble. Sobre ella se deja un pequeño espacio, que prefigura el ático de los grandes conjuntos de finales de la Edad Media, que en la mayor parte de las ocasiones, se reserva para una Crucifixión, según podemos ver en el Retablo de San Cristóbal.

La presencia de San Millán en la calle lateral izquierda, santo riojano de escaso culto fuera de su región, nos hace sospechar que esta obra pudiera proceder de una iglesia o monasterio cercano a la Rioja. El marco de castillos y leones parece hacer referencia a un posible donativo regio.

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imagen2La imagen de San Cristóbal con el Niño Jesús en la calle central

Este retablo está protagonizado por una impactante efigie de San Cristóbal, pero, en contra de lo que cabría esperar a la vista de lo comentado sobre iconos y retablos vita, su imagen no sirve de referencia a un ciclo sobre su vida, sino a una pluralidad de ciclos que incluyen escenas de las vidas de San Pedro, San Blas y San Millán. Podemos sospechar que el comitente del retablo quiso reunir en una única pieza imágenes de santos de carácter cercano y auxiliador y de una eficacia práctica e inmediata para los fieles, subrayada por las escenas elegidas de cada uno de ellos, lo cual le da un innegable carácter popular.

*  San Cristóbal protegía frente a la muerte súbita y además proporcionaba su auxilio a los que se ponían en camino.

*  San Blas resguardaba frente a los males de garganta.

*  San Millán se había distinguido por su lucha frente al demonio y era, por tanto, un brillante exorcista.

*  San Pedro, sin embargo, carecía de virtudes taumatúrgicas inmediatas. Las imágenes seleccionadas para este santo ponen de relieve, especialmente la Reprensión de Ananías y de su esposa Safira, que la presencia de San Pedro parece responder a la intención de afirmar el valor de la Iglesia, subrayando la obligación del fiel de cumplir sus compromisos para con ella.

La figura del titular del retablo es un magnifico ejemplo de la iconografía de San Cristóbal, la cual partió de Occidente de una interpretación etimológica de su nombre: Cristóbal, el portador de Cristo, que se superpuso a las actas de un viejo mártir oriental de esta misma denominación.

Claves iconográficas de este retablo

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      Iconografía de la Ascética y de la Mística. Este Retablo es una de las primeras manifestaciones de la ascética y la mística en la Iconografía Cristiana. El cuadro representa el tiempo “místico” de Cristóforo.

      Historia de San Cristóbal

La calle central del Retablo está dedicada enteramente a la historia de Réprobo, un gigante que, al convertirse al cristianismo fue llamado Cristóbal, que significa “portador de Cristo” (Cristoforo). Su leyenda, especie de parábola, comienza cuando busca entre las celebridades o reyes más poderosos de la tierra a alguno para ponerse a su servicio. Pero en cada uno de ellos va encontrando debilidades. Unos se asustaban ante ciertas circunstancias, otros recurrían a santiguarse ante la presencia del diablo y éste se espantaba ante la Cruz. Por eso, decidió ponerse al servicio de aquella Cruz.

En cierta ocasión, un ermitaño le propuso que la mejor manera de servir a su Señor sería ayudar a la gente a pasar un río muy caudaloso, ya que su talla era de cinco metros, lo cual le pareció bien a Cristóbal. Un día un chiquillo le llamó por tres veces pidiéndole ayuda para pasar a la otra orilla, pero a medida que Cristóbal se internaba en el río con Él, su peso le resultaba enorme. Así lo describe ‘La leyenda dorada’ del siglo XIII:

“falló un niño cerca de la ribera, e rogó muy afincadamente a Cristóbal que le pasase e Cristóbal, tomando al niño en sus hombros e el blago en su mano, entró en el río para pasar allende. E ahevo el agua del río que crecía poco a poco, e el niño pesava así como plomo, e cuanto más iva adelante más crecía el agua, e el niño siempre pesava más, en manera que Cristóbal viose en grand peligro, e en muy grand angustia, en manera que avía miedo de perecer.”

El episodio del vadeo del río con el Niño Jesús a hombros fue escogido para representar su efigie y se animó con multitud de detalles, como p. e. las diminutas figurillas que lleva prendidas en su cinto y que representan a los caminantes que el santo auxiliaba en el vadeo del río, subrayando así su condición de protector de los peregrinos.

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      Niño Jesús Pantocrátor: Creador y Rey Eterno

Cristóbal transporta al Niño, sentado a horcajadas sobre sus hombros. Su iconografía es muy semejante a la de muchos Pantocrátor: Sedente, bendice con Su mano derecha, mientras sostiene el orbe tripartito con la izquierda que se podría referir a los tres continentes conocidos en aquella época, citados por San Isidoro en sus Etimologías. Pero en este caso no se trata de los tres continentes, sino de las distintas partes del mundo, es, por tanto, un orbe que podríamos denominar cosmográfico: el hemisferio norte corresponde a la realidad celeste con el Sol y la Luna, las grandes luminarias del Génesis; el cuadrante derecho, a la realidad acuática con sus peces y anguilas y el izquierdo, a la realidad terrestre que se muestra en clave pseudo heráldica y castellano céntrica como un campo de color rojo con dos castillos blancos estilizados y de una configuración similar a los del marco, que podrían evocar la representación abreviada de dos ciudades y sobre este cuadrante se hallan cuatro dedos de la mano izquierda de Jesús. El globo terráqueo en vez de una esfera parece un círculo debido a la forma de dibujar del gótico lineal.

De este modo el autor anónimo quiso subrayar no sólo la condición de Cristo como Rey Eterno del mundo, sino también Su condición de Creador del mismo, de acuerdo con la tradición de Su declaración a San Cristóbal, recogida en ‘La leyenda dorada’:

“Ay, pequeño! ¡Qué gravísimo peligro hemos corrido! ¡En menudo aprieto me has puesto! He sentido en mis espaldas un peso mayor que si llevara sobre ellas al mundo entero!

Cristóbal, dijo el Niño, acabas de decir una gran verdad; no te extrañe que hayas sentido ese peso porque, como muy bien has dicho, sobre tus hombros acarreabas al mundo entero y al Creador de ese mundo. Yo soy Cristo, tu Rey. Con este trabajo que desempeñas Me estás prestando un gran servicio.”

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      La rueda de molino: Para significar el peso ascético, el autor pinta a San Cristóbal con una rueda de molino colgada del brazo izquierdo. Para evitar que se le pueda caer, es decir, para evitar la posible tentación de abandono ante la dificultad, se agarra con su mano izquierda al pie del Niño. Si ahora lleva con gran naturalidad esta rueda de molino se debe a que cuando estaba ya a punto de hundirse, pide ayuda al Niño y Éste le conduce hasta la otra orilla, es decir, hasta el final de la peregrinación de su vida sin que San Cristóbal sienta ya ningún peso. Es el “tiempo” místico.

      El río: Montaña de agua. El río es símbolo del paso de la vida. A medida que el ser humano acepta que Dios está en su existencia se va hundiendo porque experimenta que la relación con Él exige un enorme esfuerzo ascético. Por este motivo, el río no se representa en escorzo sino como una “montaña de agua” en la que hay que hacer el esfuerzo de ascender para encontrarse con Dios. De algún modo la horizontalidad real del río da paso a una cierta verticalidad simbólica; no se trata de andar sino de “escalar” una “montaña acuática”, en la que el bien y el mal hacen su presencia, expresada por medio de siete peces (el pez es Cristo, símbolo del supremo bien, reforzado, en este caso, por el número siete) y dos anguilas, que, por su semejanza con las serpientes, participan de algunos de sus significados diabólicos.

      El árbol florecido: San Cristóbal se apoya con la mano derecha en su cayado, convertido en vara de árbol florecido, que es símbolo de la Palabra de Dios en el arte románico y en el gótico.

      Ascética y Mística: El cristiano experimenta que junto al peso de la ascética, se siente animado e impulsado por una gran fuerza interior, que es el mismo Dios que le va conduciendo y ayudando a vencer las dificultades; se trata de una especie de

Tabor personal, que consiste en el resplandor de la divinidad en lo más íntimo del creyente.

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La interpretación ascético-mística de este Retablo está tomada de una clase de Iconografía Cristiana impartida por el Profesor D. Javier Morales Vallejo en la Facultad de Teología de San Dámaso de Madrid.

Bibliografía: Boletín del Museo del Prado nª 46: El Retablo de San Cristóbal” de      Fernando Gutiérrez Baños.

 

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