Al encender la luz de la tarde

Señor Jesucristo, Salvador nuestro,
dígnate encender tú mismo nuestras lámparas
para que brillen sin cesar en tu templo
y de ti, que eres la luz perenne,
reciban ellas la luz indeficiente
con la cual se ilumine nuestra oscuridad
y se alejen de nosotros las tinieblas del mundo.

Te ruego, Jesús mío,
que enciendas tan intensamente mi lámpara
con tu resplandor que,
a la luz de una claridad tan intensa,
pueda contemplar el santo de los santos
que está en el interior de aquel gran templo,
en el cual has penetrado tú,
Pontífice eterno de los bienes eternos;
que allí, Señor,
te contemple continuamente
y pueda así desearte,
amarte y quererte solamente a ti,
para que mi lámpara, en tu presencia,
esté siempre luminosa y ardiente.

(San Columbano)