La vocación del cristiano

“Es necesario que el cristiano comprenda que su vocación es precisamente la de negarse a dejar que se reduzca el destino del hombre a su sola realización temporal, en primer lugar, y la de querer salvar lo que, de eterno, hay en él. El cristiano debe asumir la condición del hombre en toda su profundidad. El cristiano debe ser el hombre de la contemplación, y si no es hombre de contemplación ya no es cristiano. Si no se sumerge, por medio de las más profundas raíces de su ser, en el mundo de la Trinidad, si no penetra en la tiniebla luminosa y si no quiere, como Pedro, Santiago y Juan, plantar su tienda en el Tabor, no es un verdadero cristiano. No se debe hacer consistir el cristianismo, ante todo, en una acción social, externa. Estamos llamados a vivir en la intimidad de las Personas divinas y hay toda una parte de nosotros mismos que está reservada a esta familiaridad con Dios: aquí se encuentra la plenitud de nuestra dignidad más profunda. Nadie puede llamarse hijo de Dios y desconocer esta realidad, como lo hacen tantos cristianos en la actualidad, diciendo: ante todo, es preciso que el cristiano actúe con eficacia en medio de la sociedad.

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