Domingo de Adviento: 17 diciembre


El Precursor / Goya

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El Adviento nos habla en la liturgia de hoy -una vez más- con otra figura que retorna continuamente en Adviento. Es Juan, hijo de Zacarías e Isabel, el cual predicaba en las orillas del Jordán.

He aquí el testimonio de Juan. ¡Ante todo de sí mismo! «¿Eres tú Elías? —No lo soy. —¿Eres tú el Profeta? —No. ¿Quién eres?— —Yo soy la voz que grita en el desierto».
Juan es voz. Ha dicho admirablemente San Agustín: «Juan es la voz, pero el Señor (Jesús) es la Palabra que existe desde el principio. Juan era una voz provisional, Cristo desde el principio era la Palabra eterna. Quita la palabra, ¿y qué es la voz? Si no hay concepto, no hay más que un ruido vacío. La voz sin la palabra llega al oído, pero no edifica el corazón…» (Sermo 293, 3; PL 38, 1328). Así, pues, Juan no es el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Y, sin embargo, predica y bautiza.

«Entonces, ¿por qué bautizas?», preguntan los enviados de Jerusalén. Esta era la causa principal de su inquietud. Juan predicaba repitiendo las palabras de Isaías: «Allanad el camino del Señor», y el bautismo que recibían sus oyentes era el signo de que las palabras llegaban a ellos y provocaban su conversión; los enviados de Jerusalén preguntan, pues: «¿Por qué bautizas?» (Jn 1, 25).

Juan responde: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, que existía antes que yo y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia» (Jn 1. 26 s).

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