Alimentando…

Luego de la multiplicación de los panes, en su ansia por el alimento terreno, la multitud busca a Jesús. Comenta San Agustín:

«Jesús, a continuación del misterio o sacramento milagroso, hace uso de la palabra, con la intención de alimentar, si es posible, a los mismos que ya alimentó; de saciar con su palabra las inteligencias de aquellos cuyo vientre había saciado con pan abundante, pero es con la condición de que lo entiendan y, si no lo entienden, que se recoja para que no perezcan ni las sobras siquiera… «Me buscabais por la carne, no por el Espíritu». ¡Cuántos hay que no buscan a Jesús sino para que les haga beneficios temporales! Tiene uno un negocio y acude a la mediación de los clérigos; es perseguido otro por alguien más poderoso que él y se refugia en la iglesia. No faltan quienes piden que se les recomiende a una persona ante la que tienen poco crédito.

«En fin, unos por unos motivos y otros por otros, llenan todos los días la iglesia. Apenas se busca a Jesús por Jesús… «Me buscabais por algo que no es lo que yo soy; buscadme a Mí por mí mismo». Ya insinúa ser Él este manjar, lo que se verá con más claridad en lo que sigue…Yo creo que ya estaban esperando comer otra vez pan y sentarse otra vez, y saciarse de nuevo. Pero Él había hablado de un alimento que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna. Es el mismo lenguaje que había usado con la mujer aquella samaritana… Entre diálogos la llevó hasta la bebida espiritual. Lo mismo sucede aquí, lo mismo exactamente. Alimento es, pues, éste que no perece, sino que permanece hasta la vida eterna»
(Tratado 25,10-12 sobre el Evangelio de San Juan).

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