Cada sábado nos habla del silencio

En la liturgia “particular importancia tiene el silencio que,
favoreciendo la meditación,
permite que la Palabra de Dios sea acogida interiormente
por quien la escucha”.
Santa Sede, dic. 2020
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Hoy se recuerda al norafricano san Optato, obispo de Milevi (+384)
y a san Walter, abad (s. XIII).
Mañana es la memoria de San Bonifacio (s. VIII):
Este monje del Sur de Inglaterra – de nombre de Winfrid por el bautismo- es el evangelizador de Alemania.
El papa de Roma, san Gregorio II, lo ordenó obispo y le envió a Germania para anunciar la fe de Cristo.
Rigió la sede de Maguncia (Mainz) y, hacia el final de su vida, al visitar a los frisios en Dokkum,
consumó su obra misional con el martirio († 754).
Al morir llevaba en sus manos las obras de san Isidoro.
Su sepulcro se venera en Fulda (Hesse, Alemania).
La tradición cuenta que después de talar la encina sagrada de Thor
-donde se ofrecían sacrificios humanos-
Bonifacio plantó, en su lugar, un abeto en honor de Cristo, el viviente (Ap, 1,18).
El hecho se sitúa en Geismar (hoy, parte de la ciudad de Fritzlar, en el norte de Hesse) en el 723 A.D.
Catequéticamente, el abeto evocaba a Cristo como el verdadero árbol de la vida (Ap. 2,7);
sus hojas perennes -siempre verde- recordaban la resurrección del Señor
y la forma triangular dio pie a una primera presentación del Dios Trino.
La costumbre popular adornó el árbol
con manzanas (en recuerdo del árbol del paraíso)
y velas (luz de Redención).

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