La estrella y los animales junto al pesebre

En el judaísmo la estrella es un símbolo del Mesías (cf. Núm. 24,17 Zac 9,9).
Este símbolo junto al signo dado por los ángeles (un niño en un pesebre) es un indicativo de la presencia divina.
No son menos importantes las figuras que aparecen flanqueando el pesebre, en todas las representaciones cristianas: los animales del establo.
El asno es la montura modesta que evoca el tiempo de los patriarcas (alianza) y los jueces: aquellos que viven bajo la Ley de Dios.
Estaba profetizado que en los días mesiánicos el buey comería paja (cf. Is 11,7).
Ambos animales reconocen el señorío divino (cf. Is 1,3).
Es la razón de que estén en nuestros belenes la estrella, el buey y el asno.

«El pesebre hace pensar en los animales, pues es allí donde comen. En el Evangelio no se habla en este caso de animales. Pero la meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento relacionados entre sí, ha colmado muy pronto esta laguna, remitiéndose a Isaías 1,3:
«El buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende.»
…también Habacuc 3,2:
«En medio de dos seres vivientes… serás conocido; cuando haya llegado el tiempo aparecerás».
Con los dos seres vivientes se da a entender claramente a los dos querubines sobre la cubierta del Arca de a Alianza que, según el Éxodo 25,18-20, indican y esconden a la vez la misteriosa presencia de Dios.
Así, el pesebre sería de algún modo el Arca de la Alianza, en la que Dios, misteriosamente custodiado, está entre los hombres, y ante la cual ha llegado la hora del conocimiento de Dios para «el buey y el asno», para la humanidad compuesta por judíos y gentiles.
En la singular conexión entre Isaías 1,3, Habacuc 3,2, Éxodo 25,18-20 y el pesebre, aparecen por tanto los dos animales como una representación de la humanidad, de por sí desprovista de entendimiento, pero que, ante el Niño, ante la humilde aparición de Dios en el establo, llega al conocimiento y, en la pobreza de este nacimiento, recibe la epifanía, que ahora enseña a todos a ver. La iconografía cristiana ha captado ya muy pronto este motivo. Ninguna representación del nacimiento renunciará al buey y al asno”.
(Benedicto XVI en su libro sobre “La infancia de Jesús”).

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