Miércoles de ceniza 2024

Día penitencial de ayuno y abstinencia:
El comienzo de los cuarenta días de penitencia, en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las cenizas, que distingue la liturgia del Miércoles de Ceniza.
Propio de los antiguos ritos con los que los pecadores convertidos se sometían a la penitencia canónica, el gesto de cubrirse con ceniza tiene el sentido de reconocer la propia fragilidad y mortalidad, que necesita ser redimida por la misericordia de Dios.
Lejos de ser un gesto puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la actitud del corazón penitente que cada bautizado está llamado a asumir en el itinerario cuaresmal.
Se debe ayudar a captar el significado interior que tiene este gesto, que abre a la conversión y al esfuerzo de la renovación pascual.
El domingo I de Cuaresma, 18 febrero ’24,
la misa inicia con la <Letanía de los santos>.
Así, ascendemos la montaña santa de la Pascua.

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Despedida solemne del Aleluya


En la Eucaristía dominical, la última antes del tiempo de Cuaresma que comenzamos con el miércoles de ceniza, ha tenido lugar la despedida del «Aleluya» que no volvera a ser cantado hasta la Pascua .

«Aleluya en el cielo y en la tierra,                                                                                        se perpetúa en el cielo, se canta en la tierra,                                                                   allí suena siempre, aquí también fielmente;                                                                       allí, perennemente, aquí con suavidad;                                                                             allí con felicidad, aquí con concordia;                                                                            allí inefablemente, aquí con afecto;                                                                                allí sin versos, aquí con rimas.
Allí por los ángeles, aquí por todos los pueblos.

Pues, así como no solo en el cielo cantaron alabanzas los ciudadanos del cielo al nacer nuestro Señor Jesucristo sino que también en la tierra anunciaron gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad, te pedimos, Señor, que los que imitamos en la tierra el deslumbrante ministerio de esas alabanzas merezcamos compartir con aquellos la dicha de la salvación»
(Cod. Silos, Arch. Monástico, 7).

El martes será la despedida en la celebración hispana, 19 h. Basílica de la Concepción  de Madrid

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Campaña contra el hambre:
día de ayuno voluntario


No sólo de pan vive el hombre
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios…
por eso, hoy proponemos meditar despacio un texto
del evangelio según san Marcos (7, 31-37):
<En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga la mano.
Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:

«Effetá» (esto es, «ábrete»).

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían:

«Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos».

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Domingo V del tiempo durante el año

El Señor va a casa de Simón Pedro y Andrés, y encuentra enferma con fiebre a la suegra de Pedro; la toma de la mano, la levanta y la mujer se cura y se pone a servir. En este episodio aparece simbólicamente toda la misión de Jesús. Jesús, viniendo del Padre, llega a la casa de la humanidad, a nuestra tierra, y encuentra una humanidad enferma, enferma de fiebre, de la fiebre de las ideologías, las idolatrías, el olvido de Dios.

El Señor nos da su mano, nos levanta y nos cura. Y lo hace en todos los siglos; nos toma de la mano con su palabra, y así disipa la niebla de las ideologías, de las idolatrías. Nos toma de la mano en los sacramentos, nos cura de la fiebre de nuestras pasiones y de nuestros pecados mediante la absolución en el sacramento de la Reconciliación. Nos da la capacidad de levantarnos, de estar de pie delante de Dios y delante de los hombres. Y precisamente con este contenido de la liturgia dominical el Señor se encuentra con nosotros, nos toma de la mano, nos levanta y nos cura siempre de nuevo con el don de su palabra, con el don de sí mismo.

También la segunda parte de este episodio es importante; esta mujer, recién curada, se pone a servirlos, dice el evangelio. Inmediatamente comienza a trabajar, a estar a disposición de los demás, y así se convierte en representación de tantas buenas mujeres, madres, abuelas, mujeres de diversas profesiones, que están disponibles, se levantan y sirven, y son el alma de la familia, el alma de la parroquia.

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