Normalmente, en la misa celebrada en Rito hispano, cada martes en Madrid, la procesión de las ofrendas del pueblo al altar es realizada de modo solemne con cruz, ciriales e incienso.
En España, el concilio de Elvira (303 c.) fue el primero en regular la práctica ofertorial. Durante los siglos IV y V, la práctica de llevar los fieles el pan y el vino para el sacrificio era general en las iglesias de Occidente; así, se subrayaba la participación material de los fieles en el sacrificio.
Los dones eran depositados en el donarium y llevados al altar por los ministros durante el canto de ofrendas denominado Sacrificium. Isidoro nos muestra que la liturgia visigótica no era ajena a este despliegue simbólico; es más, forma un paralelismo con la procesión con el Evangeliario. De idéntica costumbre, en época mozárabe, se hace eco Beato de Liebana:
<Se llevan cirios cuando se lee el Evangelio
o se presentan las ofrendas para el sacrificio>
(Etymologiarum VII, 12, 29-30
y Com II, Prologus 4, 79ss, 140).
Así se realizó en el X Congreso Eucarístico Nacional (Toledo 2010). Esto aparece en la catequesis previa: “La procesión de entrada se abre con el incienso, pero también la procesión de ofrendas: llevando al altar los fieles las patenas y los cálices van precedidos de los acólitos con la cruz, dos cirios encendidos y con el incensario humeante abriendo camino a los dones que se van a consagrar”.