Queriendo Dios acabar con el pecado,
trató de lograrlo por medio de la palabra, la ley, los profetas,
milagros, plagas, prodigios,
pero, como ni así amonestado el mundo reconoció sus errores,
envió Dios a su Hijo para que, asumida la carne,
se diese a conocer a los hombres y curase a los pecadores.
Vino como hombre,
porque en sí mismo los hombres no podían conocerlo.
Para que pudiesen contemplarlo,
el Verbo se hizo carne (Jn 1,14) asumiendo la carne,
no transformado en carne.
Asumió la humanidad, pero no perdió la divinidad;
por lo tanto, verdadero Dios y verdadero hombre;
en la naturaleza divina igual al Padre,
en la naturaleza humana hecho mortal
en nosotros, por nosotros, de nosotros;
permaneciendo lo que era, recibiendo lo que no era,
para liberar lo que había creado.
Ésta es la gran solemnidad de la Natividad del Señor,
ésta es, la nueva y gloriosa festividad de este día,
el advenimiento de Dios a los hombres.
En razón a que en este día nació Cristo,
recibe el nombre de Navidad.
Solemos celebrarla anualmente como fiesta solemne,
para recordar que Cristo ha nacido».
S. Isidoro, Los Oficios de la Iglesia, XXVI.