No hay mejor programa para este verano
y para todo el año:
«Hacer el bien» (cf. 3 Jn 11)
<La celebración litúrgica nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación recibida en la fe.
Participar en el sacrificio eucarístico no es una conquista nuestra,
como si pudiéramos presumir de ello ante Dios y ante nuestros hermanos.
El inicio de cada celebración me recuerda quién soy,
pidiéndome que confiese mi pecado
e invitándome a rogar a la bienaventurada siempre Virgen María,
a los ángeles, a los santos y a todos los hermanos y hermanas,
que intercedan por mí ante el Señor:
ciertamente no somos dignos de entrar en su casa,
necesitamos una palabra suya para salvarnos (cfr. Mt 8,8).
No tenemos otra gloria que la cruz de nuestro Señor Jesucristo (cfr. Gál 6,14).
La Liturgia no tiene nada que ver con un moralismo ascético:
es el don de la Pascua del Señor que,
aceptado con docilidad,
hace nueva nuestra vida.
No se entra en el cenáculo sino por la fuerza de atracción
de su deseo de comer la Pascua con nosotros:
Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum, antequam patiar (Lc 22,15)
[Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer]>
(Papa Francisco, Desiderio desideravi, n. 20).