¡Oh don valiosísimo de la cruz!
¡Cuán grande es su magnificencia!
la cruz no encierra en sí mezcla de bien y de mal,
como el árbol del Edén,
sino que toda ella es hermosa y agradable,
tanto para la vista como para el gusto.
Se trata, en efecto, del leño que engendra la vida, no la muerte;
que da luz, no tinieblas;
que introduce en el Edén, no que hace salir de él.
La cruz es el madero al cual subió Cristo,
como un rey a su carro de combate, para, desde él,
vencer al demonio, que detentaba el poder de la muerte,
y liberar al género humano de la esclavitud del tirano.
Al comienzo hallamos la muerte en un árbol,
ahora en otro árbol hemos recuperado la vida;
los que habíamos sido antes engañados en un árbol
hemos rechazado a la astuta serpiente en otro árbol.
Nueva y extraña mudanza, ciertamente.
A cambio de la muerte se nos da la vida,
a cambio de la corrupción se nos da la incorrupción,
a cambio del deshonor se nos da la gloria.
(San Teodoro Estudita)