Archivo por meses: junio 2022
Fiesta de Cristo Sacerdote, 2022
Compartimos nuestros bienes con nuestros hermanos más pobres
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Los metropolitanos de Sevilla…
Es también doctrina común que este período es el de mayor creatividad en materia litúrgica, y que esta actividad se desarrolló de modo especial en la escuela hispalense. En efecto, con aportaciones procedentes del resto de provincias, especialmente de la tarraconense, los primeros pasos de la configuración de un Rito unificado válido para todo el reino se realizaron en el entorno de San Leandro y San Isidoro durante la última década del s. VI y el primer tercio del s. VII”
J. M. Anguita Jaén – M. C. Fdez. López,
Las Preces Hispánicas. Puesta al día y novedades
en Exemplaria Classica
Rev. Filología clásica, Univ. Huelva, 12 (2008) 163.
Hoy es la fiesta de san Kylian de Iona, obispo de Wurzburgo (+ 689).
Hoy celebración en Rito hispano-mozárabe
Todos los martes de junio
se celebra la misa en Rito hispano-mozárabe en Madrid.
Los miércoles en Alcalá de Henares.
Reserva, si puedes, del 9 al 11 de sept. ’22:
tenemos un «Campus Gothia» itinerante.
Misa en Rito Gotho-hispano
Mañana, martes, celebramos la Misa en Rito hisp-moz.
en la Basílica de La Concepción de Madrid (19 h.).
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<Mediante una acción inefable y santa
y de un modo invisible a los hombres
se ofreció a sí mismo como oblación y víctima,
siendo a la vez Sacerdote y Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo…
Cuando distribuyó su cuerpo como comida
mostró abiertamente que
el sacrificio del Cordero ya se había realizado,
pues el cuerpo de una víctima
no puede comerse mientras posea vida.
Por tanto,
en el momento en que Cristo
dio a sus discípulos su cuerpo en comida
y su sangre en bebida,
su cuerpo había sido ya sacrificado
de un modo inefable e invisible> (S. Gregorio de Nisa)
(Citado por la Hna. Theofora Schneider en Introducción a “Nuestra Pascua”)
Pentecostés ’22
Al encender la lucerna de la tarde rezamos:
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos. Mira el vacío del hambre, si tú le faltas por dentro; mira el poder del pecado, cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones, según la fe de tus siervos; por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse y danos tu gozo eterno.
Cada sábado nos habla del silencio
En la liturgia “particular importancia tiene el silencio que,
favoreciendo la meditación,
permite que la Palabra de Dios sea acogida interiormente
por quien la escucha”.
Santa Sede, dic. 2020
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Hoy se recuerda al norafricano san Optato, obispo de Milevi (+384)
y a san Walter, abad (s. XIII).
Mañana es la memoria de San Bonifacio (s. VIII):
Este monje del Sur de Inglaterra – de nombre de Winfrid por el bautismo- es el evangelizador de Alemania.
El papa de Roma, san Gregorio II, lo ordenó obispo y le envió a Germania para anunciar la fe de Cristo.
Rigió la sede de Maguncia (Mainz) y, hacia el final de su vida, al visitar a los frisios en Dokkum,
consumó su obra misional con el martirio († 754).
Al morir llevaba en sus manos las obras de san Isidoro.
Su sepulcro se venera en Fulda (Hesse, Alemania).
La tradición cuenta que después de talar la encina sagrada de Thor
-donde se ofrecían sacrificios humanos-
Bonifacio plantó, en su lugar, un abeto en honor de Cristo, el viviente (Ap, 1,18).
El hecho se sitúa en Geismar (hoy, parte de la ciudad de Fritzlar, en el norte de Hesse) en el 723 A.D.
Catequéticamente, el abeto evocaba a Cristo como el verdadero árbol de la vida (Ap. 2,7);
sus hojas perennes -siempre verde- recordaban la resurrección del Señor
y la forma triangular dio pie a una primera presentación del Dios Trino.
La costumbre popular adornó el árbol
con manzanas (en recuerdo del árbol del paraíso)
y velas (luz de Redención).
El árbol de la vida eterna
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Oramos pidiendo participar del fruto eterno del Árbol de la Vida:
Ven, Creador Espíritu,
al alma de tus fieles,
y llena con tu gracia
todos los corazones.
Paráclito divino,
oh Don de Dios altísimo,
Amor, Fuego, Fuente viva,
Unción de los espíritus.
En nombre de Dios Padre,
dirige nuestras almas:
infúndenos tus Dones,
inspira las palabras.
Tu Luz nos ilumine,
el corazón abrasa,
y nuestro ser, tan débil,
conforta con tu gracia.
Ahuyenta al Enemigo
y da la paz al alma;
a tu inspiración dócil,
del mal es preservada.
Saber por Ti del Padre
y conocer al Hijo,
creer en Ti, concédenos,
de ambos el Espíritu. Amén.
Juan, el vidente de la isla de Patmos
«Hoy volvemos a ocuparnos de la figura de san Juan, esta vez considerándolo el vidente del Apocalipsis. Ante todo, conviene hacer una observación: mientras que no aparece nunca su nombre ni en el cuarto evangelio ni en las cartas atribuidas a este apóstol, el Apocalipsis hace referencia al nombre de san Juan en cuatro ocasiones (cf. Ap 1, 1. 4. 9; 22, 8). Es evidente que el autor, por una parte, no tenía ningún motivo para ocultar su nombre y, por otra, sabía que sus primeros lectores podían identificarlo con precisión. Por lo demás, sabemos que, ya en el siglo III, los estudiosos discutían sobre la verdadera identidad del Juan del Apocalipsis. En cualquier caso, podríamos llamarlo también «el vidente de Patmos«, pues su figura está unida al nombre de esta isla del mar Egeo, donde, según su mismo testimonio autobiográfico, se encontraba deportado «por causa de la palabra de Dios y del testimonio de Jesús» (Ap 1, 9).
Precisamente, en Patmos, «arrebatado en éxtasis el día del Señor» (Ap 1, 10), san Juan tuvo visiones grandiosas y escuchó mensajes extraordinarios, que influirán en gran medida en la historia de la Iglesia y en toda la cultura cristiana. Por ejemplo, del título de su libro, «Apocalipsis», «Revelación», proceden en nuestro lenguaje las palabras «apocalipsis» y «apocalíptico», que evocan, aunque de manera impropia, la idea de una catástrofe inminente.
El libro debe comprenderse en el contexto de la dramática experiencia de las siete Iglesias de Asia (Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea) que, a finales del siglo I, tuvieron que afrontar grandes dificultades -persecuciones y tensiones incluso internas- en su testimonio de Cristo. San Juan se dirige a ellas mostrando una profunda sensibilidad pastoral con respecto a los cristianos perseguidos, a quienes exhorta a permanecer firmes en la fe y a no identificarse con el mundo pagano, tan fuerte. Su objetivo consiste, en definitiva, en desvelar, a partir de la muerte y resurrección de Cristo, el sentido de la historia humana.
La señal de los cristianos…
…es amarse como hermanos.
Podemos hacer oración buscando los textos bíblicos de este decenario.
Todos los martes de junio…