Cuaresma es un tiempo adecuado para escuchar más abundantemente
la palabra de Dios:
Los Padres del Concilio Vaticano II, en la Constitución Sacrosanctum Concilium,
establecieron que la «mesa de la Palabra» abriera más ampliamente los tesoros de la Escritura a los fieles. Por eso permitieron que la Celebración litúrgica, especialmente las lecturas bíblicas, se hiciera en una lengua conocida por todos.
Es Cristo mismo quien habla cuando en la Iglesia se lee la Escritura. Al mismo tiempo, recomendaron encarecidamente la homilía como parte de la Liturgia misma, destinada a ilustrar la Palabra de Dios y actualizarla para la vida cristiana.
[Pero] no basta que los fragmentos bíblicos se proclamen en una lengua conocida si la proclamación no se hace con el cuidado, preparación previa, escucha devota y silencio meditativo, tan necesarios para que la Palabra de Dios toque la vida y la ilumine
(Mane nobiscum Domine, 13).
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