El agua en la liturgia

«La plegaria de bendición del agua bautismal nos revela
que Dios creó el agua precisamente en vista del bautismo.
Quiere decir que mientras Dios creaba el agua pensaba en el bautismo de cada uno de nosotros,
y este pensamiento le ha acompañado en su actuar a lo largo de la historia de la salvación
cada vez que, con un designio concreto, ha querido servirse del agua.
Es como si, después de crearla,
hubiera querido perfeccionarla para llegar a ser el agua del bautismo.
Y por eso la ha querido colmar del movimiento de su Espíritu que se cernía sobre ella (cfr. Gén 1,2)
para que contuviera en germen el poder de santificar;
la ha utilizado para regenerar a la humanidad en el diluvio (cfr. Gén 6,1-9,29);
la ha dominado separándola para abrir una vía de liberación en el Mar Rojo (cfr. Ex 14);
la ha consagrado en el Jordán sumergiendo la carne del Verbo,
impregnada del Espíritu (cfr. Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22).
Finalmente, la ha mezclado con la sangre de su Hijo,
don del Espíritu
inseparablemente unido al don de la vida y la muerte del Cordero inmolado por nosotros,
y desde el costado traspasado la ha derramado sobre nosotros ( Jn 19,34).
En esta agua fuimos sumergidos
para que, por su poder, pudiéramos ser injertados en el Cuerpo de Cristo
y, con Él, resucitar a la vida inmortal (cfr. Rom 6,1-11).
(Carta del Papa Francisco sobre la formación litúrgica, n. 13)

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Con el poder de Elías


El profeta Elías, cuya fiesta hoy celebramos

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<Uno sólo es el acto de culto perfecto y agradable al Padre,
la obediencia del Hijo cuya medida es su muerte en cruz.
La única posibilidad de participar en su ofrenda es ser hijos en el Hijo.
Este es el don que hemos recibido.
El sujeto que actúa en la Liturgia es siempre
y solo Cristo-Iglesia, el Cuerpo Místico de Cristo>.
(Papa Francisco, DD 15)

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Un destino para el 9 al 11 de septiembre 2022 A.D. ¡Difúndelo!

Nuestro lema: hacer el bien

No hay mejor programa para este verano
y para todo el año:
«Hacer el bien» (cf. 3 Jn 11)

<La celebración litúrgica nos purifica proclamando la gratuidad del don de la salvación recibida en la fe.
Participar en el sacrificio eucarístico no es una conquista nuestra,
como si pudiéramos presumir de ello ante Dios y ante nuestros hermanos.
El inicio de cada celebración me recuerda quién soy,
pidiéndome que confiese mi pecado
e invitándome a rogar a la bienaventurada siempre Virgen María,
a los ángeles, a los santos y a todos los hermanos y hermanas,
que intercedan por mí ante el Señor:
ciertamente no somos dignos de entrar en su casa,
necesitamos una palabra suya para salvarnos (cfr. Mt 8,8).
No tenemos otra gloria que la cruz de nuestro Señor Jesucristo (cfr. Gál 6,14).
La Liturgia no tiene nada que ver con un moralismo ascético:
es el don de la Pascua del Señor que,
aceptado con docilidad,
hace nueva nuestra vida.
No se entra en el cenáculo sino por la fuerza de atracción
de su deseo de comer la Pascua con nosotros:
Desiderio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum, antequam patiar (Lc 22,15)
[Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer]>
(Papa Francisco, Desiderio desideravi, n. 20).

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Encuentro con la Pascua

<Nuestro primer encuentro con su Pascua [del Señor]
es el acontecimiento que marca la vida de todos nosotros,
los creyentes en Cristo: nuestro bautismo.
No es una adhesión mental a su pensamiento
o la sumisión a un código de comportamiento impuesto por Él:
es la inmersión en su pasión, muerte, resurrección y ascensión.
No es un gesto mágico:
la magia es lo contrario a la lógica de los Sacramentos
porque pretende tener poder sobre Dios
y, por esa razón, viene del tentador.
En perfecta continuidad con la Encarnación, se nos da la posibilidad,
en virtud de la presencia y la acción del Espíritu,
de morir y resucitar en Cristo>.
(Papa Francisco, DD 12)

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Domingo de Betania


Vermeer, Jesús en casa de Marta

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Propuesta de lectura: Lucas 10:38-42

<Se nos pide redescubrir cada día la belleza de la verdad de la celebración cristiana.
Me refiero, una vez más, a su significado teológico,
como ha descrito admirablemente el n. 7 de la Sacrosanctum Concilium [Conc. Vaticano II]:
la Liturgia es el sacerdocio de Cristo revelado y entregado a nosotros en su Pascua,
presente y activo hoy a través de los signos sensibles
(agua, aceite, pan, vino, gestos, palabras)
para que el Espíritu, sumergiéndonos en el misterio pascual,
transforme toda nuestra vida, conformándonos cada vez más con Cristo.

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La orientación,
en El espacio sagrado de Pavel Evdokimov


<El rectángulo central del templo se llama nave,
siendo el Arca de Noé la figura profética de la Iglesia.
Un templo es el barco lanzado a los espacios,
que se dirige hacia el Oriente.
La Didascalia de los apóstoles, citando el salmo 67/68:
“Dios que cabalga sobre los cielos del Oriente”,
y los Hechos (1, 11):
“Cristo volverá como le habéis visto ascender”,
nos muestran el origen de la oración dirigida hacia Oriente:
es la espera de la vuelta del Señor:
“Como el resplandor que viene de Oriente, así aparecerá el Hijo del Hombre” (Mt 24, 27).
Ello significa que toda oración, cuando está bien orientada, es espera 
y, por lo tanto, en su intención última, siempre es de naturaleza escatológica.
“Como el resplandor que viene de Oriente”,
así Cristo es el “Sol de Justicia”, y el “Oriente” (Zac 3, 4),
y por eso el altar está dirigido hacia levante;
por el contrario, la puerta de salida está situada al occidente, hacia el ocaso,
mostrando el espacio amorfo de la oscuridad, la tierra no evangelizada, e incluso el infierno.
La profesión de fe en la dirección de Oriente se opone a la abjuración frente a Occidente.
La oración hacia el Oriente distingue así el cristianismo de la oración judía hacia Jerusalén
y de la oración musulmana hacia la Meca.
Al entrar, se va al encuentro de la luz,
se está en el camino de la salvación que lleva hacia la ciudad de los santos y tierra de los vivos
en donde el Sol luce sin ocaso.
El eje polar vertical y el eje horizontal de los cuatro costados del mundo
sintetizan el espacio en forma de cruz con seis direcciones;
centrados sobre el Centro divino constituyen el número sagrado del siete,
según Clemente de Alejandría.

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La poderosa belleza de la Liturgia

<Si la Resurrección fuera para nosotros un concepto,
una idea, un pensamiento;
si el Resucitado fuera para nosotros el recuerdo del recuerdo de otros,
tan autorizados como los Apóstoles,
si no se nos diera también la posibilidad de un verdadero encuentro con Él,
sería como declarar concluida la novedad del Verbo hecho carne.
En cambio,
la Encarnación, además de ser el único
y novedoso acontecimiento que la historia conozca,
es también el método que la Santísima Trinidad ha elegido
para abrirnos el camino de la comunión.
La fe cristiana, o es un encuentro vivo con Él, o no es.
La Liturgia nos garantiza la posibilidad de tal encuentro>.
(DD 10s)

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El Padrenuestro

<Al decir Padre “nuestro”,
es al Padre de nuestro Señor Jesucristo a quien nos dirigimos personalmente.
No dividimos la divinidad, ya que el Padre es su “fuente y origen”,
sino confesamos que eternamente el Hijo es engendrado por Él
y que de Él procede el Espíritu Santo.
No confundimos de ninguna manera las Personas,
ya que confesamos que nuestra comunión es con el Padre y su Hijo,
Jesucristo, en su único Espíritu Santo.
La Santísima Trinidad es consubstancial e indivisible.
Cuando oramos al Padre, le adoramos
y le glorificamos con el Hijo
y el Espíritu Santo>.
(Catecismo, n. 2789)

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