Miércoles de Cuaresma:
practicando la misericordia (V)

«Estuve enfermo, y me visitasteis (Mateo 25,36)
La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones continua entre sus discípulos.
  «¡Sanad a los enfermos!» (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos, como por la oración de intercesión con la que los acompaña.
La Iglesia cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos.
Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos, y de manera especial por la Eucaristía, pan que da la vida eterna (cf Jn 6,54.58) y cuya conexión con la salud corporal insinúa san Pablo (cf 1 Co 11,30).
   No obstante, la Iglesia apostólica tuvo un rito propio en favor de los enfermos, atestiguado por Santiago:

«Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unjan con óleo en el nombre del Señor. Y la oración de la fe salvará al enfermo, y el Señor hará que se levante, y si hubiera cometido pecados, le serán perdonados» (St 5,14-15). La Tradición ha reconocido en este rito [de unción con aceite bendito] uno de los siete sacramentos de la Iglesia.
(Cat 1509s)
El cuidado a los enfermos es un deber y una gracia que se puede recibir como don.

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