En las Iglesias orientales, tanto católicas como ortodoxas, un velo -en la puerta central del iconostasio- oculta la vista del altar donde está el Santísimo Sacramento.
En las Iglesias orientales, tanto católicas como ortodoxas, un velo -en la puerta central del iconostasio- oculta la vista del altar donde está el Santísimo Sacramento.
Mañana, martes 18 de junio: Misa en Rito Hispano (19 h.).
Una reflexión previa:
«La única apología verdadera del cristianismo
puede reducirse a dos argumentos:
los santos que la Iglesia ha elevado a los altares [hombres y mujeres apóstoles de la caridad, pacifismo, solidaridad, testimonio, entrega, estudio, ciencia, etc. ]
y el arte que ha surgido en su seno [música, escultura, pintura, arquitectura, literatura, fotografía, danza, etc.].
El Señor se hace creíble por la grandeza sublime de la santidad y por la magnificencia del arte desplegadas en el interior de la comunidad creyente, más que por los astutos subterfugios que la apologética ha elaborado para justificar las numerosas sombras que oscurecen la trayectoria humana de la Iglesia.
Si la Iglesia debe seguir convirtiendo, y, por lo tanto, humanizando el mundo, ¿cómo puede renunciar en su liturgia a la belleza que se encuentra íntimamente unida al amor y al esplendor de la Resurrección? No, los cristianos no deben contentarse fácilmente; deben hacer de su Iglesia hogar de la belleza —y, por lo tanto, de la verdad—, sin la cual el mundo no sería otra cosa que antesala del infierno».
<Santo Dios, que te sientas sobre querubines,
único invisible.
Santo Fuerte, que eres glorificado en las alturas
por las voces de los ángeles.
Santo Inmortal, que eres Salvador inmaculado,
apiádate de nosotros, aleluya, aleluya.>
Los diáconos participan de una manera especial en la misión y la gracia de Cristo. El sacramento del Orden los marca con un sello («carácter») que nadie puede hacer desaparecer y que los configura con Cristo que, siendo Maestro y Señor, se hizo «diácono», es decir, el servidor de todos (cf. Mc 10, 45; Lc 22, 27).
Corresponde a los diáconos, entre otras cosas, asistir al obispo y a los presbíteros en la celebración de los divinos misterios sobre todo de la Eucaristía y en la distribución de la misma, asistir a la celebración del matrimonio y bendecirlo, proclamar el Evangelio y predicar, presidir las exequias y entregarse a los diversos servicios de la caridad.
El diaconado es un grado propio y permanente dentro de la jerarquía (LG 29). Para la vida litúrgica y pastoral, obras sociales y caritativas, los ministros son fortalecidos por la imposición de las manos transmitida ya desde los Apóstoles -uniéndose más estrechamente al servicio del altar y cumpliendo con mayor eficacia su ministerio- por la gracia sacramental del diaconado (cf.AG 16). Algunos varones asumen este ministerio de manera permanente y, con la anuencia de sus esposas, pueden ser ordenados estando casados.
La celebración de los órdenes, por su importancia para la vida de la Iglesia particular, pide el mayor concurso posible de fieles. El lugar propio es dentro de la Eucaristía. El rito esencial del sacramento del Orden está constituido por la imposición de manos del obispo sobre la cabeza del ordenando, así como por una oración consecratoria específica que pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de sus dones.
(De la liturgia Hispana, Ill, Dom X cot.)